9.1.09

Los motivos de Lili




Desde el sillón... les presento a mis hijos.

Él ha estado conmigo desde hace ya varios años.

Un regalo de un amigo arrepentido (arrepentido por no haber asistido a mi celebración de cumpleaños, me regaló a su nieto de entonces dos meses). Mi amigo fue ya mil veces perdonado, pues este perrito ha significado para mi un apoyo que -estoy segura- ningún ser humano me podía dar.

Cuando el divorcio, en esas noches largas, eternas y tan oscuras que ni la luna pasaba por los inmensos ventanales de esa casa tan vacía de ella, en esas madrugadas de entonces, mi hijo rompía el embotamiento de mi dolor. Si había algo más doloroso que yo era su cara de preocupación... y me devolvía al mundo de los vivos.

(Nota a mitad de párrafo. Debo aclarar que mi familia siempre me ha apoyado en todo momento. Pero uno no llora igual con la madre o el padre que en la soledad de la casa abandonada. Y es que de por si los padres se preocupan por uno, como para irles a dar más mortificaciones. Entonces no es que el perro haya sido el único fiel a mi causa, más bien fue el único de mis confesores. Tuve otra fiel confesora, una gran amiga, de raza humana, chilanga, pero humana, je je)
El caso es que ese perro es tan mi vida.
Mis amigos dicen que el animal está enfermo, que está enamorado de mi. Yo niego un amor malsano. Es el amor más puro, el de una bestia a otra bestia. He visto a demasiados amigos traicionarse entre sí -y traicionarme a mi, claro, no he estado exenta- como para respetar cada vez más a los animales.
No falta quien diga que en este tema soy una completa ilusa, puesto que "mientras le des de comer, vas a ser su Dios". Yo no aspiro ser Dios(a) de nadie y debo confesar que alguna que otra vez no fui lo que se dice puntual con la comida de mi hijo, lo cual echa por tierra esa conveneciera hipótesis. Aunque, siendo honesta, por mi pueden decir misa de gallo: los animales suelen ser más leales que las personas; por lo menos ellos tienen el pretexto del instinto y si bien son inmunes a la inteligencia, también lo son a las envidas, al excesivo ego, a los prejuicios...
Él es mi perro. Mi guardián. Y yo no me dejo guardar por casi nadie.
Ella... ella es un pedazo de irreverente alegría saltando por la casa.
Tata la eligió. La placa lleva atrás el nombre de mi esposa. Los hijos unen, de verdad.
Si bien, por ninguna razón quisiera volver a experimentar una separación, la idea de además perder a este corazón de cuatro patas me parte en dos.
No bien tiene los seis meses y nos ha dado más de doce dolores de cabeza, pero también más de sesenta y seis alegrías...
Ellos son mis hios.
Podría seguir, como toda madre orgullosa, pero son las 4.16 de la mañana y mis ojos se quejan.
Finalizo con el recuerdo del Santo de Asís, para que cuide a estos caninos míos que calientan mis pies y cubren mi vida. El poema es de Ruben Darío y es largo, pero aquí cabe. Felices los puros de corazón... y no hay nadie más puro que las bestias de cuatro patas.
Los motivos del lobo

El varón que tiene corzón de lis,
alma de querube, lengua celistial,
el mínimo y dule Francisco de Asís,
está con un rod y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de gubbia, el terrible lobo.

Rabioso ha asolado los alrededores,
cruel ha deshecho todos los rebaños,
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió;
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verlo se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: "¡Paz hermano
lobo!" El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas ,
y dijo: "¡Está bien, hermano Francisco!"

"¡Cómo! -exclamó el santo-. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
La sangre que vierte
tu hocico diabólico, del duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesino, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
¿no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?"

Y el gran lobo, humilde: "¡Es duro el invierno
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer, y busqué el ganado,
y a veces comí ganado y pastor.
¿Y la sangre? Yo ví más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño, o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo, y a más d euno vi
mancharse de snagre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro señor.
Y no era por hambre que iban a cazar."

Francisco responde: "En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. estriste;
mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener desde hoy qué comer:
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melefique tu ser montaraz!"
"Está bien, hermano Francisco de Asís."

"Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa téndeme la pata."
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía,
y lo que miraba, casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fieor,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: "He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya nuestro enemigo
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios." "Así sea",
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y colo el buen animal
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus vastas orejas los salmos oían,
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo de las pobres sandalias lamía.

Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casa y le daban algo de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manos y bueno, el probo,
desapareció; tornó a la montaña,
y recomenzaron su aulido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el amra,
pues la bestia fiera
no dio trega a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos le buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que perdían y sufrían tanto
po aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montña
a buscar al falso lobo carnicero.

Y junto a su cueva halló a la alimaña.
"En nombre del Padre del Sacro Universo,
conjúrote -dijo-, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho."
Como en sorda lucha habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
"Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaba la Envidia, la Saña y la Ira,
y en todos los rostoros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.

Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos;
vi que no existía la paz en la tierra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes:
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusano.

Y así, me apalearon, me echaron fuera,
y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente,
mas siempre mejor que esa mala gente.

Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad.
Vete a tu convento, hermano Francisco,
y sigue el camino y tu santidad."

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con un profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló a Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: "Padre nuestro que estás en los Cielos...".



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4 comentarios:

evargas dijo...

Entiendo perfectamente tu amor por ellos. Yo no podría estar sin mis gatas. Aunque a veces son frías y engreídas -como las mujeres-, más de una vez he pensado que saben amar.

Grieguis dijo...

Nuestros hijos peludos son incondicionales!!!!. Eso es amor sin juicios... alguien que puede amar a un animal, esta más cerca de poder conectarse con los humanos, aunque a veces sigue siendo mas fácil amarlos a ellos que a nuestros iguales.
Un abrazo para vos y tus hijos.
Ale

Xinik@ dijo...

tus perrunos hijos son hermosos.... y lo que piensas de ellos tambien... se ve que eres una buena madre... que bien que ya estas escribiendo... nos estamos viendo por aca...

Chuminis dijo...

Son increíbles los lazos que podemos llegar a tener con los animales.

A mí las ocurrencias de mis gatas siempre me hacen el día.

 
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